Recuerdo tener un especial interés por el color desde muy chiquita. Había algo que me atraía muchísimo del momento de pintar y del efecto que el color producía en mí y en mi cuerpo. Recuerdo la sensación de querer “comerme los colores”. Algo así como que el estímulo del color, me despertaba otros sentidos además del visual. A los colores, podía sentirle sabores. Lamentablemente, ese efecto en particular del color en mi forma de sentir desapareció con los años, pero no el magnetismo que me provocan.
Con el correr del tiempo, además del interés por el color, empecé a desarrollar interés por las formas, por lo morfológico.
Crecí en una familia bastante convencional, de origen armenio. La cultura del trabajo estuvo siempre muy presente. La necesidad de desarrollar una actividad que fuera rentable parecía vital y, como en casi toda familia convencional, lo artístico no parecía que fuera a ser un camino seguro en ese sentido. Cuando estaba terminando el secundario, tenía de referente a dos de mis primos que estudiaban diseño gráfico. Yo veía sus trabajos y enloquecía por estar haciendo lo que ellos hacían. Porque además de los colores y las formas, aparecía el uso de la tipografía. Y me fascinaba. Tenía una especial facilidad para organizar la información visual y “estetizar” trabajos que tenía que presentar en el secundario. Parecía que algo de todo eso fluía muy naturalmente en mí, incluso antes de estudiar. No lo dudé. El diseño gráfico parecía el ámbito ideal para formarme: colores, tipografía, formas y una carrera que más o menos respondía a los requisitos familiares, es decir, estudiar algo de lo cual se pudiera vivir.
Los años de facultad en FADU fueron inolvidables, quizá de los más ricos de mi vida. Mi juventud fue analógica. La experimentación con los materiales, con los procesos de producción artesanal, el desarrollo creativo para poder materializar aquello que estaba en el plano de las ideas: todos esos años fueron realmente maravillosos. Mis amistades, mi enriquecimiento a nivel cultural, a nivel artístico, el desarrollo de la sensibilidad por lo formal, todo eso se lo debo a la FADU, a mi querida FADU, institución a la cual, luego de terminar mis estudios, seguí asistiendo por muchos años, ya como docente en la carrera de Diseño.
Con los años, y luego de haber trabajado en dos lugares bajo contrato, fue gestándose el deseo romántico de tener mi propio estudio de diseño. Y para cuando ya lo había conseguido, sucedió que el oficio y el trabajo de estudio comenzaron a aburrirme muchísimo. Empecé a sentirme muy asfixiada y sometida por mi trabajo, dejé de disfrutarlo. Debí enfrentarme a problemas que no disfrutaba resolver: los clientes, los cobros, los pagos, los trabajos poco interesantes, el horario fijo. Me había desconectado del trabajo que a mí me gustaba hacer: ya no trabajaba más con las manos, estaba el día entero sentada frente a una computadora. No era el mundo con el que yo había soñado. No estaba siendo feliz.
Tomé coraje, y decidí disolver el estudio que había armado con mi socia-amiga. Durante varios años estuve en un limbo laboral, dedicándome a una actividad un poco extravagante: el diseño de gafas. Fueron años en los que me sentía perdida (en muchos sentidos), pero en donde el laberinto de la vida fue alimentándome en lo personal con experiencias muy variadas y muy ricas. Además, esa experiencia laboral seguía manteniéndome conectada con las formas y los colores. Fue un trabajo muy rico en muchísimos sentidos: viajes a China, contacto con materiales nuevos para mí, desarrollo de colecciones, metodologías de trabajo nuevas, etc. Pero yo seguía sintiendo que ese no era mi propósito. Mientras llevaba adelante este trabajo, en mis ratos libres pintaba y/o dibujaba. Y fue a partir de una crisis personal muy fuerte y de una separación, que decidí hacer un trabajo profundo conmigo y con mi vida. El proceso fue duro y largo, pero hermoso. Yo sabía que quería diseñar mi vida, diseñar el tipo de vida que quería tener. ¡Para algo había estudiado diseño! Y en ese momento bisagra, dejé el trabajo de los anteojos y comencé a pintar exclusivamente.
Ya venía vendiendo obra, y quizás eso me dió el coraje de saltar a otra “dimensión". Y, muy de a poco, todo fue tomando la forma que siempre soñé, y que aún hoy agradezco cada día de mi vida haber podido alcanzar. Empecé a trabajar en mi casa, a la que amo, y está armada como mi gran hábitat, lleno de pinturas, y plantas y con una luz que invita a disfrutarla a cada rato, siendo testigo de los distintos climas que va generando la luz según la hora del día; a organizar los horarios de mi jornada escuchando mis ritmos naturales y sin tener que correr a ningún lado; a disfrutar de decidir si quería escuchar tal o cual música mientras trabajo y de no tener que ir a la Capital todos los días de mi vida (vivo en Vicente López). Comencé a tener la posibilidad de estar más atenta a mi alimentación y al cuidado de mi cuerpo porque el ritmo de los días empezaron a ser más amigables.
Me armé rutinas donde las caminatas al río tienen una importancia vital. Y, por sobre todo esto, ¡mi trabajo e focalizó en pintar, exclusivamente!. Intento ser muy cuidadosa cuando digo esto, porque no creo en la magia que venden ciertos discursos “espirituales" de moda. Pero sí creo en la voluntad personal de crear el mundo que uno quiere, si es que la vida va dando posibilidades para hacerlo. Sí creo que, cuando uno está haciendo algo que verdaderamente ama, la ecuación sacrificio/recompensa empieza a deconstruirse para pasar a ser goce/recompensa. Lo cual no deja de implicar el hecho de trabajar duro y de realizar esfuerzos. Pero sí creo, que garantiza cierta sensación de éxito personal, que cada cual mide según su propia vara, y que, indefectiblemente, trae aparejada una manifestación de prosperidad en todo lo que nos rodea.
Mi trabajo hoy es hermoso. Pinto casi todos los días, y ofrezco mi obra vía catálogo, que envío por mail a quienes me lo solicitan. Mi vidriera y la forma de establecer contacto con el mundo es gracias a Instagram, plataforma a la cual también le debo parte de todo este giro laboral que dio mi vida hace ya cinco años.
Y actualmente, además de pintar, estoy dándole forma a otra de mis pasiones: el mundo textil. Estoy empezando a desarrollar telas con mis propias estampas (que, por supuesto, surgen de mis pinturas), y a pensar en productos donde las pueda utilizar. Es un mundo aún nuevo para mí, que me resulta fascinante. Hacer estampas me da la posibilidad de seguir jugando.
A mis 43 años, siento que encontré mi sustento. Y el sustento es mucho más que la mera valoración económica (que también es importante). El sustento para mi es como un árbol frutal: si uno lo cuida, lo riega, está atento a sus ciclos, etc, siempre podrá disfrutar de sus frutos; pero es importante saber cuál es la fruta que queremos comer, y procurar plantar esa semilla y no otra
Es sumamente importante oírnos, estar conectadas con quiénes somos, con nuestros talentos, con nuestros tiempos, con decidir el tipo de vida que queremos vivir, y sentirnos libres de ir por ello. Confiar en nosotras. Confiar en la vida. Trabajar en ser mejores seres humanos, conectarnos a la generosidad y la gratitud. Todo eso es lo que en mi vida significa pintar.
Pintar es mucho más que pintar. Pintar en mi vida es ser. Es ser quien soy hoy. Y es otra manera en que tengo la fortuna de compartirme con el mundo.
Para saber mas de Daniela, conocer mucho mas de su obra, comprar su arte o simplemente inspirarte con ella te invito a hacer clic acá
Enterate cual es la Arty elegida por Daniela para seguir inspirandose haciendo clic acá
Y nosotras nos vemos en el 2021 ! Te deseo mucho amor, salud e inspiración. Gracias por haber compartido este año de historias de pasión!